Este verano invitado por un buen amigo, he tenido la
oportunidad de asistir a una corrida de toros en la plaza de las Ventas de
Madrid. Las corridas de toros siempre me han parecido un espectáculo lamentable y prescindible, al
igual que los encierros y actividades festivas que se escudan en la tradición
para justificar lo injustificable, el maltrato a este magnífico animal mediante
sofisticados métodos medievales de tortura.
A pesar de mis prejuicios con respecto a este tipo de espectáculos,
accedí a asistir a mi primera y con seguridad última corrida de toros. Quería
vivir de primera mano lo que llaman el ambiente taurino, intenté entender
porqué arrastra a tantos seguidores y porqué consideran arte algo que siempre
he considerado una barbarie.
Cuando sale al ruedo el primer toro, se siente la emoción de
la gente, me impresionó la bravura y fortaleza del toro desconcertado que busca
cualquier movimiento para embestir. Reconozco que es emocionante ver como el
torero se enfrenta a semejante titán así como la belleza de la estampa, el movimiento,
los colores... Intenté captar toda esa emoción con mi cámara y me gustó el
resultado.
Pero aún quedaba la otra cara de la moneda de la que no
pondré fotos, apenas había transcurrido un minuto (o eso me pareció a mi), el
picador inició su macabro castigo al animal que arremete con fuerza contra el
maltrecho caballo, mientras se le clava la pica en el cuello, algo que debe
dejarlo bastante maltrecho.
Después de
unos pases de muleta, los banderilleros se encargan de volver a castigar al
toro clavándole unos arpones de al menos 5 cm que con el movimiento lo desgarran
produciéndole abundantes hemorragias.
Otros pases de muleta y de nuevo la puya del picador y mas
banderillas, los defensores de las corridas hablan de que el toro tiene la
oportunidad de defenderse en el ruedo y demostrar su bravura, incluso puede
llegar a ser indultado. Yo lo que vi es que todo está pensado para que el toro no
tenga ni la más mínima posibilidad de sobrevivir, se le debilita hasta que se le
convierte en un zombie agotado por el esfuerzo y la pérdida de sangre, que
embiste desesperado la capa del torero.
FInalmente, cuando el animal ya es casi una piltrafa, el
matador le clava una espada de casi un metro de larga, que normalmente le
produce una tremenda agonía mientras se ahoga con su propia sangre. No pude
evitar que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo, el sufrimiento del
animal me produjo un tremendo malestar, en las gradas el público aplaudía, ondeaban el
pañuelo o fumaban grandes puros ajenos al sufrimiento del animal, todos
disfrutaban de un espectáculo que yo no conseguía entender.
No sólo no he cambiado de opinión con respecto a los toros,
mi asistencia al espectáculo en vivo ha reafirmado mis convicciones, no hemos
evolucionado demasiado desde los tiempos del circo romano. No sé si el toro de
lidia se extinguirá si desaparecen las corridas, es posible que con el tiempo a
alguien se le ocurra modificar la forma de lidiarlos evitando al animal un
sufrimiento innecesario y su sacrificio como parte del espectáculo, aunque
también es posible que acabemos exportándolo a otras partes de este mundo cada
vez más violento y deshumanizado.