viernes, 2 de diciembre de 2011

Los Toros


Este verano invitado por un buen amigo, he tenido la oportunidad de asistir a una corrida de toros en la plaza de las Ventas de Madrid. Las corridas de toros siempre me han parecido  un espectáculo lamentable y prescindible, al igual que los encierros y actividades festivas que se escudan en la tradición para justificar lo injustificable, el maltrato a este magnífico animal mediante sofisticados métodos medievales de tortura.

A pesar de mis prejuicios con respecto a este tipo de espectáculos, accedí a asistir a mi primera y con seguridad última corrida de toros. Quería vivir de primera mano lo que llaman el ambiente taurino, intenté entender porqué arrastra a tantos seguidores y porqué consideran arte algo que siempre he considerado una barbarie.

Cuando sale al ruedo el primer toro, se siente la emoción de la gente, me impresionó la bravura y fortaleza del toro desconcertado que busca cualquier movimiento para embestir. Reconozco que es emocionante ver como el torero se enfrenta a semejante titán así como la belleza de la estampa, el movimiento, los colores... Intenté captar toda esa emoción con mi cámara y me gustó el resultado.



Pero aún quedaba la otra cara de la moneda de la que no pondré fotos, apenas había transcurrido un minuto (o eso me pareció a mi), el picador inició su macabro castigo al animal que arremete con fuerza contra el maltrecho caballo, mientras se le clava la pica en el cuello, algo que debe dejarlo bastante maltrecho.  

Después de unos pases de muleta, los banderilleros se encargan de volver a castigar al toro clavándole unos arpones de al menos 5 cm que con el movimiento lo desgarran produciéndole abundantes hemorragias.
Otros pases de muleta y de nuevo la puya del picador y mas banderillas, los defensores de las corridas hablan de que el toro tiene la oportunidad de defenderse en el ruedo y demostrar su bravura, incluso puede llegar a ser indultado. Yo lo que vi es que todo está pensado para que el toro no tenga ni la más mínima posibilidad de sobrevivir, se le debilita hasta que se le convierte en un zombie agotado por el esfuerzo y la pérdida de sangre, que embiste desesperado la capa del torero.

FInalmente, cuando el animal ya es casi una piltrafa, el matador le clava una espada de casi un metro de larga, que normalmente le produce una tremenda agonía mientras se ahoga con su propia sangre. No pude evitar que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo, el sufrimiento del animal me produjo un tremendo malestar,  en las gradas el público aplaudía, ondeaban el pañuelo o fumaban grandes puros ajenos al sufrimiento del animal, todos disfrutaban de un espectáculo que yo no conseguía entender.

No sólo no he cambiado de opinión con respecto a los toros, mi asistencia al espectáculo en vivo ha reafirmado mis convicciones, no hemos evolucionado demasiado desde los tiempos del circo romano. No sé si el toro de lidia se extinguirá si desaparecen las corridas, es posible que con el tiempo a alguien se le ocurra modificar la forma de lidiarlos evitando al animal un sufrimiento innecesario y su sacrificio como parte del espectáculo, aunque también es posible que acabemos exportándolo a otras partes de este mundo cada vez más violento y deshumanizado.